agosto 07, 2011

Cafayate

Cafayate

Frente a la góndola me encuentro, una vez más. El frío de agosto se intensifica, potenciando el cansancio acumulado del trabajo. No tengo nada que comer en la heladera, son las 9 pm y mañana hay que volver a la rutina. Miro sin mirar, pienso, mi vista se pierde en la fila de la caja, vuelvo a la góndola y decido concienzudamente llevarme junto con los ravioles y queso un vino. Para cortar con lo nacional tan exaltado en estos días con la selección de fútbol, sobre todo por las propagandas que te quieren vender cualquier cosa con un jingle en tono murguero. Dije chau tannat, hola cabernet.

Llego a casa, me preparo la cena, degusto el vino y skypeo con mi novia. En ese orden. Y vuelve a tomar otra copa de vino. Más relajado su mente comienza a viajar, a liberarse, a pensar en todas aquellas cosas que hace unos años lograba hacerlo sin más estimulante que la música y tiempo, tiempo libre. Se imagina la próxima licencia, se percata que falta un poco más de un mes para tomársela. Se le cae el vaso, manchando el mantel lleno de migas de pan que no ha sacudido en días. Venía mirando de una isla del Atlántico las fotos y videos de un compañero de trabajo que había viajado mucho tiempo atrás y que se le transformaba la cara de alegría cada vez que recordaba alguna anécdota vivida durante aquella devaluación de la moneda brasilera.

Entra a sacar números, distancias, días, futuros proyectos y suspira al ver que se le hace casi imposible realizar ese viaje.
La botella de vino ya se había terminado...
En medio de sus cálculos destapa una Pilsen (cerveza nacional), visualiza la isla, su miseria, y la botella vacía de vino. Lee la etiqueta: Cafayate. Volvió a tener esperanzas de pasar unas buenas y merecidas vacaciones.